sábado, 8 de septiembre de 2007

Merlín

Hace más de 15 años, aproximadamente cuando yo tenía 12 años, mi familia estaba en pleno proceso de traslado.

Nosotros vivíamos entonces en Barcelona y nos mudábamos a Marbella a vivir. Yo terminaba el colegio y empezaba el instituto en Septiembre. Michú todavía vivía -mi primer gatito-, y junto con Yenny, nuestra perrita de raza caniche, y un loro al que mi abuela llamó "Julio Iglesias" -podéis imaginar por qué... -, eran los únicos animales que iban a sumarse al traslado.

Ese año fue caótico, familiarmente hablando. La casa que teníamos en venta en Barcelona, estaba en proceso de ser comprada, y por otro lado, mis padres estaban finalizando de comprar el piso en el que ahora viven mis padres y mi abuela -y al que nos trasladamos todos en a vivir entonces-.

La cuestión es que estábamos allí, con la casa para firmar los papeles de la venta. Sin un sólo mueble, sólo el frío suelo de mármol. Faltaba un día para hacer la transacción y estábamos todos nerviosos. En unas horas ya no habría nada que nos atara a aquel lugar, a parte de nuestros sentimientos.

Fue por la mañana, cuando dos niños de no más de 10 años, aparecieron detrás de nuestra valla, con este fabuloso gato blanco de pelo semi largo en los brazos.

- ¿Lo queréis? – dijeron.


Mi familia se preguntaba incrédula si había oído bien.

- Nosotros no podemos quedárnoslos -dijimos-. Nos vamos mañana de aquí. Pero, ¿es vuestro ese gato?

- Sí. Nuestra madre no lo quiere en casa y tenemos que darlo – aseguraron los pequeños.

Mi cuñada se acercó a la valla y miró al gato de arriba abajo. ¡Qué pena que semejante gato lo echaran de la casa! Desde luego, era un gato de raza, parecido físicamente a un Van Turco; Todo blanco y con los ojos azules. El rabo era frondoso, como un plumero.

- Pero es un gato adulto!. Echará de menos a sus amos! – dijo más o menos mi cuñada.

Los niños se encogieron de hombros. Ellos no entendían nada. Sólo que su madre había dicho que ya no lo quería en casa y que tenían que deshacerse de él.

Efectivamente, el animalito era un gato de aproximadamente un año, joven pero ya desarrollado. Se le veía desconfiado, y quizás asustado por estar en la calle escuchando pasar a los coches a su alrededor.

Mi cuñada nos habló, diciéndonos que le daba pena del gato y que no le gustaría que un animal tan hermoso como ese acabara en cualquier sitio. Que posiblemente, por ser ya adulto, lo tendrían un par de meses en alguna casa y volvería otra vez a la calle.

Mi hermano, el marido de mi cuñada, miró el gato y le dijo que si ella quería él no tenía problemas. Por entonces, no tenían ningún animalito.

Los niños dieron a mi cuñada el gato pasándolo por encima de la valla… y ahí que entró a formar parte de nuestra familia instantáneamente!.

El animalito estaba asustado. Nosotros no sabíamos cómo proporcionarle un lugar confortable y seguro en estas condiciones. Por la noche, mi madre extendió varios edredones en el suelo (teníamos todo empaquetado para partir), y pusimos al gatito con nosotros a dormir.

Por la mañana, nos había dejado un regalito en el edredón. Un hermoso pipi.

Cuando la venta finalizó y ya nos podíamos ir, nos metimos en los coches -jaula de loro incluída-, y yo y mi cuñada fuimos las “afortunadas” de ir sujetando y calmando al gatito durante el viaje… y no unos metros, sino… 1.500 kilómetros!!!.

Durante el camino parábamos a comer y cuando volvíamos al coche, le traíamos jamón york, carne, pescadito…etc.

Un vicio que cogió –mea culpa-, fue el gusto por las aceitunas!. No sé cómo fue, pero me di cuenta de que le encantaban y se comía una tras otra, hechas cachitos. Tanto le gustaban que ya le comprábamos mortadela con aceitunas, y la devoraba. Mi madre se desternillaba de risa al verlo comer.

El camino fue largo y yo todavía me acuerdo de lo especial que fue aquella ocasión. No sé si fue entonces o ya en su casa nueva, donde decidimos llamarlo “Merlín”, como al mago.

Merlín, fue un gato sumamente independiente. No le gustaba que lo cogieran en brazos mucho tiempo. Era muy limpio y su mirada era la de un gato inteligente, que había visto muchas cosas.

Mi hermano y mi cuñada vivieron con él bastante tiempo. Quiso la vida que un día un perro entrara en el jardín de la casa y los dos se enzarzaran en una pelea. El gato salió con la pata de atrás herida, pero no era grave. Lo llevamos al veterinario y lo curaron.

Sin embargo, a veces las cosas se complican y así le sucedió al pobre Merlín. La herida no sanó bien, y debido a algún microbio que le transmitió el perro, la herida se infectó y por muchas inyecciones antibióticas que le pusieron, la veterinaria no logró que la infección no le pasara a la sangre.

Estuvimos con él hasta el último momento, agarrándole las patitas para darle calor.

Aunque Merlín no fue un gato criado en mi casa, ni caracterizado por ser excesivamente cariñoso, dejó una huella honda en todos nosotros, en especial en mi cuñada y mi hermano.

A pesar de que sabemos que lo bonito y lo feo es todo una cuestión subjetiva muy marcada por los sentimientos de la persona, mi hermano sigue diciendo que no ha visto jamás un gato tan bello como él.

Y ciertamente, Merlín era un gato muy hermoso y especial.

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