Bueno, pues a petición popular contaré la historia de las castañas, que es sobre todo entrañable y muy típica de nuestro lord, Cristian.
Todo esto ocurrió más o menos hace unos años, finalizando el mes de Octubre.
Tharem y yo fuimos el día de la fiesta de San Pedro, creo que caía en 19 de Octubre, a coger castañas a Juanar, un lugar idóneo para coger castañas a pocos kilómetros de Marbella.
Era un día lluvioso y todo el mundo estaba disfrutando de la feria, menos nosotros, que no somos de bullicios, y preferimos ir a meternos entre los árboles y recoger las preciadas primeras castañas de los árboles.
Quiso el día que con el agüilla que estaba cayendo, tuvieramos una mañana redonda. Los chuzos de las castañas caían a nuestro paso por el peso de la lluvia y porque estaban ya maduros. Tharem y yo sólo teníamos que agacharnos para abrir los chuzos recién caídos y guardar las castañas brillantitas y de piel fina y lisa en las bolsas de plástico que habíamos traído para ese fin.
Lo gracioso era que como llovía, sólo dos locos como nosotros estabamos en ese bosque, y no parábamos de coger castañas aquí y castañas allí. Mientras cogíamos un puñado, ya llamaba uno u otro diciendo: "¡¡Mira, allí han caído más, corre!!. Y así que pasamos nuestras buenas dos horas de un lado a otro, con la humedad de los árboles calándonos los huesos, pero más alegres que unas castañuelas por la aventura bajo la lluvia.
No sé cómo nos las apañamos entre los paraguas y las bolsas repletas de castañas que colgaban de nuestros brazos, pero la verdad es que si no cogimos 3 bolsas llenitas de ellas, no cogimos ninguna.
Ya a medio día, y después de disfrutar de unos buenísimos bocadillos dentro del coche y con la calefacción a toda pastilla para quitarnos la humedad de los pantalones y las zapatillas, nos dirigimos a casa de mi madre para enseñarles a todos lo fructífera que había sido esa mañana. Nos lo habíamos pasado estupendamente y además traíamos las castañitas que asaríamos el día 1 de Noviembre. Estábamos encantados.
Una vez llegamos, los dos medio mojados, con las sonrisas de oreja a oreja, medio eufóricos y sin parar de hablar, le contamos a mis padres la aventura. Mi madre miró las bolsas llenas de castañas y se sorprendió como esperábamos. Nos dijo entonces que teníamos que ponerlas a secar al sol, porque estaban húmedas de haber caído la lluvia y que debíamos buscarles un lugar para que les diera el aire y se secaran poco a poco. El único lugar que se nos ocurrió para tanta castaña, fue la terraza.
En la terraza de mi madre, la mesa de la terraza es de madera - la hizo mi padre, una mesa grande y fuerte -, y ella siempre la tiene cubierta porque sabe que los gatos se pasean. Perla tomaba el sol en ella todos los días, como si fuera su camita particular. Y Cris también disfrutaba de las alturas. Así que las castañas acabaron repartidas cuidadosamente encima de la mesa, para que les diera el sol y no se pudrieran mientras llegaba el día festivo.
Pero claro, algo con lo que no contaban mis padres era con las travesuras de Cris. A pesar de que ya la había líado una vez con los huevos, haciendo golf en la cocina con ellos, no se les ocurrió pensar que esto significaría un nuevo reto para nuestro Cristian.
En un momento dado del día, después de disfrutar de una buena y calentita comida en el salón interior de la casa, vimos cómo Cris se pegaba unas carreras enormes por los pasillos. Eso no nos huiera extrañado, ya que a él le encantaba correr la maratón, si no hubiera sido por el ruido de "clack", que hacía algo pequeñito al chocar contra los muebles y las paredes.
Mi madre fue hacia él y entre sus patas había una castaña. Le pareció muy graciosos, porque era una monada que el animalito hubiera cogido una castaña para jugar y pasar el rato. Era inocente, tierno...
Todo esto ocurrió más o menos hace unos años, finalizando el mes de Octubre.
Tharem y yo fuimos el día de la fiesta de San Pedro, creo que caía en 19 de Octubre, a coger castañas a Juanar, un lugar idóneo para coger castañas a pocos kilómetros de Marbella.
Era un día lluvioso y todo el mundo estaba disfrutando de la feria, menos nosotros, que no somos de bullicios, y preferimos ir a meternos entre los árboles y recoger las preciadas primeras castañas de los árboles.
Quiso el día que con el agüilla que estaba cayendo, tuvieramos una mañana redonda. Los chuzos de las castañas caían a nuestro paso por el peso de la lluvia y porque estaban ya maduros. Tharem y yo sólo teníamos que agacharnos para abrir los chuzos recién caídos y guardar las castañas brillantitas y de piel fina y lisa en las bolsas de plástico que habíamos traído para ese fin.
Lo gracioso era que como llovía, sólo dos locos como nosotros estabamos en ese bosque, y no parábamos de coger castañas aquí y castañas allí. Mientras cogíamos un puñado, ya llamaba uno u otro diciendo: "¡¡Mira, allí han caído más, corre!!. Y así que pasamos nuestras buenas dos horas de un lado a otro, con la humedad de los árboles calándonos los huesos, pero más alegres que unas castañuelas por la aventura bajo la lluvia.
No sé cómo nos las apañamos entre los paraguas y las bolsas repletas de castañas que colgaban de nuestros brazos, pero la verdad es que si no cogimos 3 bolsas llenitas de ellas, no cogimos ninguna.
Ya a medio día, y después de disfrutar de unos buenísimos bocadillos dentro del coche y con la calefacción a toda pastilla para quitarnos la humedad de los pantalones y las zapatillas, nos dirigimos a casa de mi madre para enseñarles a todos lo fructífera que había sido esa mañana. Nos lo habíamos pasado estupendamente y además traíamos las castañitas que asaríamos el día 1 de Noviembre. Estábamos encantados.
Una vez llegamos, los dos medio mojados, con las sonrisas de oreja a oreja, medio eufóricos y sin parar de hablar, le contamos a mis padres la aventura. Mi madre miró las bolsas llenas de castañas y se sorprendió como esperábamos. Nos dijo entonces que teníamos que ponerlas a secar al sol, porque estaban húmedas de haber caído la lluvia y que debíamos buscarles un lugar para que les diera el aire y se secaran poco a poco. El único lugar que se nos ocurrió para tanta castaña, fue la terraza.
En la terraza de mi madre, la mesa de la terraza es de madera - la hizo mi padre, una mesa grande y fuerte -, y ella siempre la tiene cubierta porque sabe que los gatos se pasean. Perla tomaba el sol en ella todos los días, como si fuera su camita particular. Y Cris también disfrutaba de las alturas. Así que las castañas acabaron repartidas cuidadosamente encima de la mesa, para que les diera el sol y no se pudrieran mientras llegaba el día festivo.
Pero claro, algo con lo que no contaban mis padres era con las travesuras de Cris. A pesar de que ya la había líado una vez con los huevos, haciendo golf en la cocina con ellos, no se les ocurrió pensar que esto significaría un nuevo reto para nuestro Cristian.
En un momento dado del día, después de disfrutar de una buena y calentita comida en el salón interior de la casa, vimos cómo Cris se pegaba unas carreras enormes por los pasillos. Eso no nos huiera extrañado, ya que a él le encantaba correr la maratón, si no hubiera sido por el ruido de "clack", que hacía algo pequeñito al chocar contra los muebles y las paredes.
Mi madre fue hacia él y entre sus patas había una castaña. Le pareció muy graciosos, porque era una monada que el animalito hubiera cogido una castaña para jugar y pasar el rato. Era inocente, tierno...
La cosa cambió cuando mi madre fue a llevar esa castaña a la terraza, después de explicarle amablemente a Cris que las castañas no eran para él y que tenía pelotitas para eso. El gato, claro, no se enteró de nada y la siguió porque le había quitado su juguete.
Entonces fue cuando mi madre clamó al cielo y fuimos todos corriendo a la terraza.
A ver... cómo lo explico...
¿¿Podéis imaginaros el contenido de tres bolsas llenitas de castañas, que estaban anteriormente bien extendidas en la mesa, por todo el suelo de la terraza??.
Bien, pues imaginadlo mejor porque seguro que os dejáis algunas 100 castañas sin añadir en vuestra imaginación; El suelo estaba tan lleno de castañas que no podíamos pisarlo sin machacar alguna con los zapatos. Tuvo que venir mi madre con la escoba para poder hacer sitio y que pudiéramos pasar.
¡Había castañas hasta en la jardinera!
Cristian se había entretenido tirando una tras otra las castañas y viendo el jaleo que estaba montado y cómo rodaban por el suelo, yo creo que se revolcó en la mesa eufórico y todas las castañas que estaban apretaditas unas contra otras salieron volando como una cascada entre las sillas y caminito al suelo, la jardinera, y debajo de las macetas.
Fue un Show, y todos estuvimos recogiendo castañas hasta que nos hartamos. Como siempre, nuestro lord, nos miraba al estilo "Garfield", sin moverse del sitio y agitando la cola de felicidad.
¿Pero qué estaban haciendo los humanos?. Seguramente entreteniéndose, igual que él antes. Menos mal que estaba él para enseñarles cómo había que pasar el rato, porque normalmente los humanos no hacían cosas divertidas.
Nuestro Cris... irrepetible. (Arwen, ¡tienes mucho que aprender!).