La respuesta es "No".
Hoy estoy aquí para contaros una historia sobre Thais, que nos ocurrió hace unos años, y en la que dejó momentaneamente de ser blanca. ( Ella y algunos más...)
Era una tarde de verano. Yo me encontraba estudiando en mi habitación, con las piernas cruzadas y encima de la cama. Llevaba varias horas con el libro delante y me estaba comenzando a cansar. Necesitaba levantarme y estirar las piernas... y de paso mirar si había algo por la cocina que se me antojara para merendar.
Pensando en ello estaba, cuando noté un olor extraño. No me lenvaté inmadiatamente, sino que me quedé como los animalillos: olisqueando el aire, inclinando la cabeza y agudizando aún más mis sentidos por si así me resultaba más fácil identificar ese olor.
Era un olor sutil, casi imperceptible, pero a la vez, intenso. Sin saber por qué me produjo un cosquilleo por la espalda y me levanté con sensación de urgencia y peligro.
Mi casa estaba en silencio. Sólo nos encontrábamos en ella mi abuela y yo. Y ella estaba, igualmente, en su habitación, adormilada y viendo la tele.
Me acerqué a la puerta de la cocina, que estaba abierta y entré en ella muy despacio, casi de puntillas, con verdadera sensación de miedo. El olor era allí más fuerte, más acre, más desagradable... pero seguía pareciéndome extraño e inquietante.
La cocina estaba silenciosa. No se movía un alma, excepto yo. Miré los fogones, estaban apagados. Caminé un poco más y me acerqué a la zona del lavadero. Conforme daba cada paso, el olor se intensificaba, el ruido se convertía en un crepitar que erizaba el vello.
Los últimos pasos fueron rápidos y la visión que allí tuve, me dejó primero conmocionada y luego aterida de pánico.
¡¡El lavadero estaba ardiendo!!
Una de las paredes donde mi abuela solía poner velas para rezar a los santos, estaba literalmente en llamas. El fuego había lamido con paciencia las estanterías de madera y había derretido las velas, y el plástico. Los azulejos estaban casi negros y el humo subía hacia el techo convitiéndose en una columna de humo horizontal.
El humo... ¡Dios!. Seguí su rastro con la mirada y me quedé petrificada. Había ido saliendo muy poquito a poco del lavadero y se había introducido ladinamente en la cocina. Sobre mi cabeza, medio metro de humo negro y espeso seguía moviéndose en dirección a las habitaciones y el salón.
Cuando salí de la conmoción, apreté a correr hacia la habitación de mi abuela gritando. La pobre se pegó un buen susto, porque estaba dormida, y le dije que se levantara a ayudarme, que había fuego en el lavadero.
Me dirigí al fregadero a toda velocidad, cogí un olla y la empecé a llenar de agua. Mientras tanto mi abuela llegó a mi lado e hizo tres cuartos de los mismo con otra olla o cubo. Thais, que había estado durmiendo en su cestita con mi abuela en la habitación, nos siguió con los ojos muy abiertos y estuvo a nuestros pies mirando lo que hacíamos. Entonces, ocurrió lo inesperado (¡o yo no me lo esperaba!).
Al comenzar a echar agua al fuego, el humo se intensificó y se arremolinó a nuestro alrededor. La columna de humo que estaba sobre nuestras cabezas, bajó a peso de plomo y nos bañó en cenizas. No veíamos nada, y ambas estábamos frenéticas y con el corazón palpitando muy rápido mientras echábamos más y más agua a los rescoldos.
Cuando ya vimos que lo peor había pasado, llamé por teléfono a mi madre y a mis hermanos. Uno de ellos estaba cerca y llegó antes que ella. La siguiente que os cuento son las palabras que mi cuñada nos describió.
Nosotras no nos habíamos parado a mirarnos, pero mi cuñada lo primero que vio al entrar en la casa, fue... a nosotras.
Las dos estámos llenitas de ceniza; las ropas negras, la cara tiznada de ceniza y marcada de dedos al habernos intentado quitar el sudor de los ojos y la suciedad. Los brazos igualmente manchados de hollín, los agujeros de la nariz, las orejas... todo...¡¡¡ Negro!!!.
Y Linda a nuestros pies, sin saber qué estaba pasando.
Pero entonces, mi cuñada se dio cuenta de que no era linda, esa gata negra que la miraba con ojos muy abiertos!. Era un gato extraño.. como Linda, pero con menos pelo, la cara más pequeña... sus movimientos distintos... un color más claro bajo ese aparente color negruzco.
¡¡Pero si era Thais, nuestra gatita blanca !!
Y ahí se acabó el drama porque entonces mi cuñada no pudo contenerse y se echó a reír con todas sus ganas. Mi abuela y yo, de la tensión que habíamos pasado, nos pusimos a reír también, con una risa nerviosa y no dejábamos de sacudirnos la ropa y de paso... sacudir el pelaje de Thais, que había quedado como una croquetita requemada.
Y así estábamos cuando llegó mi madre y nos vió a todos. Mi hermano y mi cuñada, muy limpitos y enjuagándose las lágrimas, nosotras tres para echarnos una foto; La cocina, los muebles blancos, el suelo, el techo... todo negro y sucio.
Podía haber sido todo mucho peor, pero afortunadamente todo quedó en un susto y en una anécdota que nos hemos contado en muchas ocasiones, rememorando el pasado.
Thais ya puede decir, que hubo un día en el que fue práticamente negra, y la causante de nuestras carcajadas.