lunes, 10 de septiembre de 2007

Perla, la mejor madre adoptiva

Perla ha sido una madre adoptiva excelente, en todas la ocasiones en las que ha tenido la oportunidad de demostrarlo.

Ella siempre se ha hecho cargo, con agrado, de todos los gatitos que han entrado en la casa. Tanto si eran suyos, como si no. Igual le daba que tuvieran una semana, que 2 meses. Perla, gatito que oía llorar, gatito que protegía y lavaba instantaneamente.

Hace unos años, cuando Perla ya era una gata bastante adulta, mi hermano y mi cuñada, recogieron a una gatita siamesa llamada Wendy. Sí, le pusieron el mismo nombre que aquella que se nos cayó por la terraza, mientras jugaba con su "primito" Aramis. (Para no confundirlas a ambas, llamaré a ésta, "Wendi" sin la "y").

Pues bien, Wendi, entró siendo muy pequeñita en la casa de mi hermano. Como siempre, nos reuníamos a comer juntos frecuentemente, así que mi hermano se traía a la gatita para que jugara con Perla y todos los demás gatitos.


Wendi y Perla hicieron muy buenas migas, y se puede decir que Perla la crió. Nuestra "Madraza" por excelencia, no tuvo ningún inconveniente en cuidar de Wendi como si fuera uno de sus cachorros. Esta pequeñita era una gatita muy dulce, juguetona y que aceptaba de buen grado el cariño que Perla le proporcionaba a raudales.

Aquí podéis ver una foto de ambas, con Wendi un poquito más crecida.
Se puede notar la complicidad que había entre ellas.


Y aquí la tenéis, jugando en la cestita.


Por aquel entonces, mi hermano, se encontró otro gatito en la calle, al que también le dio casa y llamó "Ranito".

(Sí. Parece que es tradición en nuestra familia los gatitos con el nombre de "ranito". Si no hago las cuentas mal, este ya era el tercero).

Ranito y wendy también se llevaban muy bien. Los dos eran muy jóvenes y no tuvieron ningún problema de adaptación.


Y para variar, Perla también adoptó a Ranito. ¿Podéis ver cómo el chiquitín abraza a Perla?


¡¡Ranito, que le estás tirando de los bigotes a tu madre!!


Desde luego, no podemos quitarle el mérito ni dejar de reconocer, que esta entrañable gata siamesa, es una madre adoptiva estupenda.

(Dentro de unas semanas, entrará en nuestra casa, Arwen: Una gatita de raza ragdoll. Esperamos que Perla no sea tan mayor como para que la entrada de Arwen sea traumática. Hay que tener en cuenta, que Perla cuenta actualmente con 15 años, y aunque le sigue encantando jugar, es una gata muy moderada, de costumbres fijas y con toda la atención para ella sola).


Cristian y su "cruce de patas"

Seguramente, los que tenéis gatos en casa, sabréis de lo que os voy a hablar.

Se trata de posturas muy típicas y propias de la personalidad de vuestros gatos; Poses que suelen realizar con frecuencia y que los caracterizan de una determinada manera frente a los otros.

En este caso, me gustaría enseñaros una pose que solía realizar muy a menudo Cristian. Era algo así como un cruce de patas al estilo "lo llamaban Trinidad". Quiero decir, que más cómodo no podía estar el animalito.

Esta era su postura preferida cuando estaba echado.



¡¡Que gran personaje, era este Cris!!

Ningún otro gato de los nuestros, lo vimos con semejante postura y, además, practicarla con tanta asiduidad.

También solía sentarse y mirarte muy descaradamente. Los ojos muy abiertos, y una expresión entre curiosa y atrevida.


Unas últimas fotos de él, para despedirnos de este maravilloso gran persa azul.




Y aún hay otro gesto que era muy típico de él, pero del que desgraciadamente no guardo ninguna fotografía.

Cris solía levantar uno de sus labios -siempre el mismo-, echando a un lado sus bigotes para enseñarnos el colmillo. Ese colmillito en cuestión, tenía la punta rota y creo que le molestaba. Por eso, de vez en cuando, " se lo acomodaba" de esta manera tan curiosa.

¿Alguien de vosotros ha tenido algún gatito que cruzara las patitas como él?


Perla, una gata universitaria

Sí, es lo que hemos dicho siempre mi madre y yo, porque Perla es una gata que ha estudiado mis libros tanto como yo. Claro que... a su manera.

Durante los años en los que estudié a distancia mi carrera universitaria de Psicología, Perla siempre estuvo a mi lado. Si yo estudiaba sentada en la cama, ella buscaba un huequito entre mis piernas para acomodarse y quedarse quietecita mientras me oía pasar las páginas. Había veces en las que se me dormían las piernas, de la cantidad de tiempo que se pasaba sobre mí, sin moverse.

Como todo estudiante, tenía papeles desperdigados encima de la mesa de mi escritorio. Y Perla, alternaba entre estar en la cama, sobre mis piernas, o echarse encima de la mesa cuando entraba algún rayito de sol. Si había algún libro abierto sobre la mesa en ese momento, tanto mejor para ella.


Tampoco se lo pensaba si la mesa estaba libre. Sus posturas eran de lo más increíbles.



Y si hay algo que le gusta a un gato, es meterse dentro de los armarios abiertos... y cajones.

Perla, ha tenido desde pequeña, una personalidad muy gatuna en ese aspecto. Y entre las cosas que más le gustaba hacer, era meterse dentro de ellos en cuanto tenía la menor oportunidad. A parte de su tendencia, más que comprensible, ella sabía que se me caía la baba cuando hacía eso.



¡Bueno... todavía sigue metiéndose en nuestro armario, si nos lo olvidamos abierto!

Perla es, mayormente, una gata muy cariñosa que te hace una enorme compañía.

El alma de un gato especial




Todo buen Lord que se precie, debe de ser un romántico...

...y Cristian lo era.

Así fue como nos lo encontramos un día mi familia y yo, en la terraza.

Cris miraba directamente la puesta de sol anaranjada, con ojos profundos e intensos. No movía ni un músculo y parecía sumido en sus propios pensamientos.

La tarde era cálida y el sol se estaba ocultando entre nubes rosadas por el oeste. El cielo era un espectáculo que Cristian no quiso perderse.

Su quietud reflejaban la paz que sentía en ese momento y sus ojos verdes, los últimos rayos que incidían en su cuerpo.

En esta foto, más que en ninguna otra, se puede llegar al alma de este gato tan especial.

Thais... ¿siempre fue blanca?


La respuesta es "No".

Hoy estoy aquí para contaros una historia sobre Thais, que nos ocurrió hace unos años, y en la que dejó momentaneamente de ser blanca. ( Ella y algunos más...)

Era una tarde de verano. Yo me encontraba estudiando en mi habitación, con las piernas cruzadas y encima de la cama. Llevaba varias horas con el libro delante y me estaba comenzando a cansar. Necesitaba levantarme y estirar las piernas... y de paso mirar si había algo por la cocina que se me antojara para merendar.

Pensando en ello estaba, cuando noté un olor extraño. No me lenvaté inmadiatamente, sino que me quedé como los animalillos: olisqueando el aire, inclinando la cabeza y agudizando aún más mis sentidos por si así me resultaba más fácil identificar ese olor.

Era un olor sutil, casi imperceptible, pero a la vez, intenso. Sin saber por qué me produjo un cosquilleo por la espalda y me levanté con sensación de urgencia y peligro.

Mi casa estaba en silencio. Sólo nos encontrábamos en ella mi abuela y yo. Y ella estaba, igualmente, en su habitación, adormilada y viendo la tele.

Me acerqué a la puerta de la cocina, que estaba abierta y entré en ella muy despacio, casi de puntillas, con verdadera sensación de miedo. El olor era allí más fuerte, más acre, más desagradable... pero seguía pareciéndome extraño e inquietante.

La cocina estaba silenciosa. No se movía un alma, excepto yo. Miré los fogones, estaban apagados. Caminé un poco más y me acerqué a la zona del lavadero. Conforme daba cada paso, el olor se intensificaba, el ruido se convertía en un crepitar que erizaba el vello.

Los últimos pasos fueron rápidos y la visión que allí tuve, me dejó primero conmocionada y luego aterida de pánico.

¡¡El lavadero estaba ardiendo!!

Una de las paredes donde mi abuela solía poner velas para rezar a los santos, estaba literalmente en llamas. El fuego había lamido con paciencia las estanterías de madera y había derretido las velas, y el plástico. Los azulejos estaban casi negros y el humo subía hacia el techo convitiéndose en una columna de humo horizontal.

El humo... ¡Dios!. Seguí su rastro con la mirada y me quedé petrificada. Había ido saliendo muy poquito a poco del lavadero y se había introducido ladinamente en la cocina. Sobre mi cabeza, medio metro de humo negro y espeso seguía moviéndose en dirección a las habitaciones y el salón.

Cuando salí de la conmoción, apreté a correr hacia la habitación de mi abuela gritando. La pobre se pegó un buen susto, porque estaba dormida, y le dije que se levantara a ayudarme, que había fuego en el lavadero.

Me dirigí al fregadero a toda velocidad, cogí un olla y la empecé a llenar de agua. Mientras tanto mi abuela llegó a mi lado e hizo tres cuartos de los mismo con otra olla o cubo. Thais, que había estado durmiendo en su cestita con mi abuela en la habitación, nos siguió con los ojos muy abiertos y estuvo a nuestros pies mirando lo que hacíamos. Entonces, ocurrió lo inesperado (¡o yo no me lo esperaba!).

Al comenzar a echar agua al fuego, el humo se intensificó y se arremolinó a nuestro alrededor. La columna de humo que estaba sobre nuestras cabezas, bajó a peso de plomo y nos bañó en cenizas. No veíamos nada, y ambas estábamos frenéticas y con el corazón palpitando muy rápido mientras echábamos más y más agua a los rescoldos.

Cuando ya vimos que lo peor había pasado, llamé por teléfono a mi madre y a mis hermanos. Uno de ellos estaba cerca y llegó antes que ella. La siguiente que os cuento son las palabras que mi cuñada nos describió.

Nosotras no nos habíamos parado a mirarnos, pero mi cuñada lo primero que vio al entrar en la casa, fue... a nosotras.

Las dos estámos llenitas de ceniza; las ropas negras, la cara tiznada de ceniza y marcada de dedos al habernos intentado quitar el sudor de los ojos y la suciedad. Los brazos igualmente manchados de hollín, los agujeros de la nariz, las orejas... todo...¡¡¡ Negro!!!.

Y Linda a nuestros pies, sin saber qué estaba pasando.

Pero entonces, mi cuñada se dio cuenta de que no era linda, esa gata negra que la miraba con ojos muy abiertos!. Era un gato extraño.. como Linda, pero con menos pelo, la cara más pequeña... sus movimientos distintos... un color más claro bajo ese aparente color negruzco.

¡¡Pero si era Thais, nuestra gatita blanca !!

Y ahí se acabó el drama porque entonces mi cuñada no pudo contenerse y se echó a reír con todas sus ganas. Mi abuela y yo, de la tensión que habíamos pasado, nos pusimos a reír también, con una risa nerviosa y no dejábamos de sacudirnos la ropa y de paso... sacudir el pelaje de Thais, que había quedado como una croquetita requemada.

Y así estábamos cuando llegó mi madre y nos vió a todos. Mi hermano y mi cuñada, muy limpitos y enjuagándose las lágrimas, nosotras tres para echarnos una foto; La cocina, los muebles blancos, el suelo, el techo... todo negro y sucio.

Podía haber sido todo mucho peor, pero afortunadamente todo quedó en un susto y en una anécdota que nos hemos contado en muchas ocasiones, rememorando el pasado.

Thais ya puede decir, que hubo un día en el que fue práticamente negra, y la causante de nuestras carcajadas.