Ayer, precisamente, rememorando viejos momentos, mi mujer y yo recordamos un caso en particular que ocurrió en casa de mi suegra, donde Cris vivió toda su vida.
El caso es que estaba toda la familia reunida en el salón, charlando de cosas diversas, riéndose, cuando de pronto comenzaron a venir ruidos de la cocina. No les dieron mucha importancia porque, habiendo en aquel momento cinco gatos en casa, el que alguno estuviera jugando o moviendo cosas de sitio era lo más normal del mundo.
Sin embargo, aquel ruido persistía, una y otra vez. Era una especie de "plof". Se producía un silencio de unos segundos o un minuto, y luego se repetía el "plof".
Mi suegra acabó por escamarse del ruido y acudió a investigar a la cocina. En la encimera de mármol estaba sentado Cris, con sus ojos y su expresión entre divertida y curiosa. Junto a él habían diversas cosas que mi suegra había traído de la compra, y una de estas era un cartón de huevos de los grandes clásicos que tienen en las tiendas, que se apilan unos sobre otros. Bueno, pues Cris había estado extrayendo los huevos uno tras otro con la patita, haciéndolos rodar por la encimera, y viendo como se estrellaban en el suelo.
Mi suegra lanzó una exclamación de asombro, sorpresa y enfado cuando vio todo aquello, pero por toda respuesta, Cris cogió otro huevo y lo añadió a la tortilla del suelo, mientras la miraba como si dijera: "Mira, mira lo que he aprendido a hacer"
La familia se rió mucho. La verdad es que Cris era así: explorador por excelencia, siempre buscando nuevas cosas, nuevos juguetes... o juegos.
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