viernes, 9 de noviembre de 2007

Perla y las gambas


Bueno, esta vez la historia la cuenta Tharem. Os la voy a colgar yo, y ya me diréis qué os parece. Desde luego, Perla es una gata muy especial.

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Dicen que los gatos pueden vocalizar más de cien sonidos diferentes. Debe ser verdad, porque a día de hoy, y tras quince años, nuestra querida siamesa, Perla, sigue generando, a veces, maullidos a los que no estamos acostumbrados. Y por supuesto, cada día nos sorprende con algo nuevo.

Hace unos días, tuvimos que darle a Arwen un tratamiento a base de jarabe durante siete días. El jarabe olía fatal, y ella lo rechazaba, pero se nos ocurrió la idea de sobornarla con una gamba en cada toma, cosa que funcionó a las mil maravillas. Pero claro, si a la pequeñaja le gustan las gambas, a Perla le apasionan, las adora, le vuelven loca...

Al final, a cada toma de jarabe, teníamos que dar una gamba a trocitos para cada una. Como había que hacer dos tomas diarias, me veía obligado, cada noche, a hervir unas cuantas gambas durante un par de minutos, ponerlas a enfriar en la encimera (donde no se suben), y luego meterlas en la nevera para tenerlas listas al día siguiente.

Una noche, estábamos en el estudio Dalthea y yo, en nuestros ordenadores y en nuestras cosas cuando, de repente, aparece Perla en la habitación, con sus andares característicos. Se dirigió a la alfombra y soltó un maullido como no habíamos oído anteriormente (inusual por su volumen, pero sobre todo por su entonación)

Me alarmé inmediatamente porque maullidos parecidos a ese sólo los suelta cuando algo le ha sentado mal y se dispone a vomitar. Para confirmar mi sospecha, Perla se acercó a la alfombra, inclinó la cabeza y soltó algo de su boca.

Mi mujer y yo nos precipitamos hacia ella para limpiar lo que hubiera echado, e intentar que dejara de vomitar sobre la alfombra. Fue en ese momento cuando vimos que lo que había en el suelo no era un vómito, sino dos gambas enteras.

Yo me había olvidado del cuenco en el que había dejado enfriando 5 gambas, y Perla había subido a la encimera, pero en lugar de comerse su botín allí y luego desaparecer por la casa, había tenido la fuerza de voluntad como para coger dos de ellas en la boca, traérnoslas hasta el estudio y pedirnos permiso para comérselas.

Corrí a la cocina, pensando que no quedaría nada en el cuenco, pero no: las tres gambas restantes seguían allí. Perla había respetado TODA la comida. Sólo había traído un poco para pedir permiso.

Estuve a punto de regañarla por haber subido a la encimera, pero reaccioné a tiempo. Por un lado, no lo hubiera entendido, ya que en ese momento, ella estaba en el estudio, y por otro lado... ¡¡que leches!! se merecía un premio en lugar de un castigo. Le dejamos comerse su gamba, aparte de la que le correspondía por el jarabe de Arwen, y le dimos todos los mimos que pudimos para recompensarla.

Nosotros, por nuestra parte, seguimos todavía con la boca abierta. Esta es una de esas cosas en las que te preguntas si tu gata no será, en realidad, medio humana.