viernes, 21 de septiembre de 2007

Un día extraño

Hoy es un día extraño. Por la noche, cuando nos acostamos, Tharem y yo no pensábamos que iban a ocurrir tantas cosas en unas pocas horas. Me gustaría decir que son noticias buenas, pero esta vez son realmente catastróficas. Y cuando digo, catastróficas, es que han tenido realmente esa magnitud.

Sobre las doce de la noche, quizás un poco más, vi a lo lejos cómo unos rayos brillaban en la noche. A los pocos segundos se sucedían los esperados truenos, pero como sonaban tan lejos, no me preocupé demasiado. Otra tormenta que caía en la montaña.

Mientras seguía hablando con Tharem, me di cuenta de que los rayos y truenos se iban acercando y poco a poco la conversación se centró en el tiempo; la tormenta era seca, y las nubes descargaban furiosas los truenos sin que cayera gotita de agua. Pero teníais que haber escuchado esos truenos. Eran muy fuertes y duraban mucho; atronadores, sin exagerar.

Después de unos minutos, nos quedamos dormidos con la sensación de que comenzaba a llover.
No había pasado una hora, que el viento comenzó a hacerse hostil también, y escuchamos ruidos de trastos que se caían, en las casas de los vecinos. Perla estaba nerviosa, y no paraba de maullar. Dimos unos cuantos paseítos por la casa y sin poder hacer nada, porque el tiempo no se puede controlar, nos fuimos otra vez a la cama.

Ya sobre las seis de la mañana, Perla comenzó otra vez a maullar, y allá que me levanto a abrirle la puerta de la terraza. A esta hora no suele pedirlo, así que lo atribuímos igualmente a los nervios por la tormenta.

A esa hora todavía seguía lloviendo, y no poco. El temporal seguía azotando con fuerza la ciudad, y aunque no nos teníamos que levantar hasta dentro de un par de horas, ya no pudimos dormir más, con tanto estruendo sobre nuestras cabezas.

A eso de las 7 de la mañana, Tharem se da cuenta de que estamos sin luz. Algún cortocircuito había hecho saltar las fases de la luz, y hasta el congelador estaba apagado; Tharem se levanta e intenta arreglarlo sin éxito. Llega a la conclusión de que algún cable mojado está haciendo contacto y por eso no podemos encender nada.

A las 8 de la mañana, sale a la terraza y desconecta los cables del aire acondicionado. Le viene un olor a ozono y a quemado. Desde luego, algo ha pasado ahí. Sin atrevernos a comprobar si funcionan o no, por miedo a que seguía todo mojado, Tharem se dirige al cuadro de mandos e intenta de nuevo dar la luz.

¡Tenemos éxito!. Por fin, tenemos luz y no se me van a estropear los congelados...

Pensando que ya todo había pasado -ingenuos de nosotros-, Tharem sale caminando en dirección a su trabajo. Yo me quedo en la casa un rato más, agotada por la mala noche de sueño y el estrés.

No pasan 5 minutos, que empiezo a escuchar unos golpes muy fuertes; como si tiraran piedras a mi casa, dando en las ventanas, la barandilla de la terraza... ¡Perla!, ¿dónde estaba Perla? ¿seguía en la terraza?.

Me levanto para ir a mirar y me la encuentro con los ojos muy abiertos en medio del pasillo. Los golpes se siguen oyendo y me acerco a la terraza, con miedo de aproximarme a los cristales. Desde esta posición, puedo ver cómo realmente caen piedras del cielo y golpean la baranda, los coches, ¡las palomas, pobrecitas! ¿Qué estaba pasando?.

¡Ostras!. Me doy cuenta en un plis plas de que Tharem está en estos momentos caminando hacia su trabajo, y que lo que está cayendo ¡viene directamente del cielo!. Con los nervios a flor de piel, llamo por teléfono a su móvil: no conecta. Me pongo más nerviosa y llamo a mi madre para saber si ella también está sufriendo ese GRANIZO DESCOMUNALMENTE GRANDE, que estaba cayendo por mi zona. Mi padre se pone al teléfono, y en cuestión de minutos me dice que ya está llegando por allí también, pero que los trozos de hielo no son tan grandes como yo le cuento. Cuelgo el teléfono y llamo otra vez a Tharem. Esta vez me lo coge y me dice que se ha refugiado debajo de una cornisa y que no puede atravesar una calle porque está hasta arriba de agua, pero que está bien. Que le ha hecho un par de fotos con el móvil al granizo, y que había trozos que no le cabían en la mano (Tharem es un hombre alto y fuerte).

Mientras hablaba con él seguían cayendo esos pedruscones del cielo, y yo no podía hacer otra cosa que ver con horror cómo golpeaban los cristales de la casa, temiendo que los rompiera. Me sugirió entonces que mirara en toda la casa y entré en el estudio, donde tenemos los ordenadores. Al mirar por la ventana y asomarme a la calle.. ¡me di cuenta de la magnitud del desastre!.

Los coches de las calles estaban todos abollados. Los cristales rotos, en los menos afortunados y mucha gente mirando desde sus casas o bares, como estaba haciendo yo, sin dar crédito a lo que estábamos viendo. Y entoces pienso yo... ¡NUESTRO COCHE!. También estaba aparcado en la calle en ese momento. Así que me visto rápidamente y salgo a la calle, junto a algunos vecinos.

Bajo la calle y ... vale, nuestro coche no tenía los cristales rotos, pero sí que está todo abollado como si le hubieran tirado unas piedras enormes encima (poco alejado de la realidad). Llamo al móvil otra vez de Tharem y le cuento en qué estado me lo he encontrado.

Y bueno, el resto, es una hora de teléfono llamando al seguro, a mi familia y otra vez a Tharem.
Todos los coches de una buena zona de Marbella están hechos polvo. Cristales rotos por todas partes y el ánimo de todo el mundo bastante gris. Yo no he visto en mi vida un granizo como el que ha caído esta mañana, y no creo que muchos de los que estaban ahí lo hubieran visto en muchas más ocasiones.

Por mi familia, mi hermano también ha sufrido las consecuencias del granizo. Estaba llevando las niñas al colegio. No se le han roto los cristales pero también se le ha abollado el coche. Más el susto de que las niñas iban dentro y podían haber tenido un accidente. Un desastre de mañana, vamos.

Menos mal que el día va a mejorar, ya que Arwen dormirá en nuestra casa esta noche, donde estará con su madre adoptiva, Perla - y por supuesto, con Tharem y yo para darle muchos mimitos-.

Qué día tan extraño, donde se junta el miedo, la sorpresa, el estrés, el desánimo por la catástrofe... y las ganas de tener a Arwen con nosotros. Esperemos que el día tenga mucha cosas buenas que contar todavía, y que mañana sea un día mucho mejor, con Arwen ya en nuestras vidas.

Eso sí... todavía estoy temblando, y me caigo de sueño, por la mala noche que hemos pasado.