Tanis entró en nuestras vidas en un momento en el que él era muy necesario para nosotros, sobre todo para mí. Estando Perla ausente, el vacío que dejó era devastador, y mi necesidad de "encontrarla" en cierta manera en cada gatito que veía en la calle, en cada gatita de amigos y familiares, propició el que Tanis se cruzara en nuestro camino y entrara en nuestras vidas para siempre.
Yo veía a Perla por todas partes, en todos los rincones de la casa. En el sillón, en la esquinita de la cama, caminando por los pasillos en su elegante estilo. Era tal el vacío que dejó que durante muchos días la ví sin ni siquiera cerrar los ojos. Mi marido, no sabiendo cómo mitigar mi dolor, un día me sugirió hacer una visita a la Triple A, donde dejan todos los animalitos abandonados.
Por un lado me hizo mucha ilusión ir allí a abrazar a los gatitos, perritos, y darles cariño. Quizás era yo quién necesitaba mucho más el cariño de ellos en esos momentos. Sin embargo sentía igualmente un miedo terrible que no puedo explicar ¿Y si... entre todos los gatitos... hubiera una gatita de ojos azul profundo? ¿Qué ocurriría? ¿Cómo me sentiría? ... quería ir, necesitaba ir, pero tenía miedo... tenía pánico.
Una mañana me armé de valor, y le dije a mi marido que sí. Me preparé mentalmente, cogimos el coche y fuimos a la Triple A.
Después de entrar por el patio exterior, y dar unos cuantos mimos a todos los perritos que ladraban a nuestro alrededor, nos dieron acceso a la sala interior donde estaban los gatitos en sus jaulas. ¿Sabéis el gesto tan conocido de taparse la cara con una mano, cuando se ve una película de terror, pero abres los dedos porque en realidad quieres ver qué ocurre? Pues así me encontraba yo. No quiero ni saber la mirada de susto que tenía en esos momentos, pero se me ponían los pelos de punta cada vez que escuchaba un maullido, cada vez que veía una cabecita asomarse por la jaula, cada vez que mi marido me empujaba un poquito más para hacerme entrar en la sala.
Muy poquito a poco, la señora que nos atendió nos fue enseñando los gatitos y contando sus historias. Me fui relajando poco a poco y creo que llegué a lanzar un supiro. Hubo un momento de tensión cuando en una de las jaulas vi dos gatitos machos siameses, que se escondía en un rincón. Algo dentro de mí me dio un buen pellizco. Respiré hondo. En el fondo sabía que necesitaba a Perla, que quería volver a tenerla en un gatito siamés, y que eso sería imposible. Perla era Perla. Era única y jamás habría otra como ella.
Cuando la mujer nos dejó solos, mi marido me habló sobre la posibilidad de venir de visita varias veces e incluso sobre la idea de adptar un gatito. Sabía que yo lo necesitaba y que todo el miedo que sentía en mi interior era producido por el dolor de la pérdida y por la ansiedad de volver a sentirlo. Pero que en el fondo, tenía mucho amor que dar y que ellos también me necesitaban, pues estaban abandonados y nadie los quería.
Era hora de irnos y yo tenía mucho en qué pensar, mucho que asimilar. Había sido una agradable e intensa visita. Entonces, justo en el momento de abrir la puerta que daba a exterior, la mujer nos llevó hasta una jaula donde había un gato adolescente asomado con los ojos redondos enormes, azul claro, de apariencia semi siamesa. Me quedé de piedra... petrificada.
No se parecía a Perla. Sus ojos eran mas claros, su pelo era más largo, su tono más oscuro, ceniza. Pero nos miraba directamente a los ojos. No tenía miedo. Se asomaba a la jaula y estiraba las patas delanteras queriendo abrirla. Y entonces... ocurrió....
La mujer abrió la puerta de la jaula, todavía hablando y contándonos su historia, cuando el gato, de no más de unos 7 meses, se lanzó literalmente al hombro de mi marido. Sin miedo alguno, salto a su hombro y comenzó a ronronear y a restregarse fuertemente. Yo debía de tener los ojos más abiertos que el gato, porque no me creía lo que estaba viendo. Tanto cariño instantáneo, tanta impulsividad sin miedo, tanto deseo de unos brazos humanos que lo abrazaran y lo quisieran.
Me acerqué a él y automáticamente se echó en mis brazos sin pensárselo. Pesaba bastante. Olia fuerte a antipulgas y me recordaba al olor del cuero, el pelo no era suave. Esta todo enredado. Pero sus patitas se agarraban con fuerza a mi hombro pidiendo no volver a la jaula. Mi marido me miró. Creo que yo estaba sonriendo, todavía estupefacta ¡Tenía un gato en brazos! Y este se movía y removía nervioso. En cuanto mi marido se acercaba, se echaba de nuevo en sus hombros. Iba de uno a otro con tanto cariño como desesperación.
David y yo nos miramos a los ojos. Teníamos al gatito en brazos. Y lo supimos. Supimos que este gatito nos había elegido, y que ya no podríamos volver a casa y dejarlo allí.
Hablamos con la Directora de la Triple A, y nos comentó que no podíamos llevárnoslo todavía porque estaba pendiente de esterilizar. Que tendría que pasar el fin de semana en la jaula y cuando estuviera operado, en dos o tres días, podríamos llevárnoslo a casa.
Fue un fin semana que se nos hizo muy largo. Cada mañana fuimos a visitarlo para darle cariños y mimos. Y no sólo a él, también a los demás. 2 días mas tarde, Tanis entraba en nuestra casa.
Mi proceso de adaptación a él, y el de Arwen, ya os lo iré contando, pero a poco ;-)
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