Esta es la historia de mi principio en el mundo de los gatos. No recuerdo qué edad tenía, pero sé que era un niño por aquel entonces.
En aquel mes de diciembre, mi tía Manoli decidió recoger un gatito abandonado de la calle para dárselo como regalo a sus tres hijos. Ese gatito fue en realidad una gatita negra recien-nacida. No llegaría quizá al mes todavía.
La cosa es que apenas unas semanas más tarde, y no recuerdo por qué motivo, decidieron que no podían tenerla en casa (creo recordar que alguien era alérgico en la casa),y pensaban devolverla a la calle.
Mi hermana y yo llevábamos mucho tiempo queriendo tener un animalito en casa, y le calentamos la cabeza a nuestros padres para que aquella criaturita no volviera a la calle y pudiera quedarse con nosotros. Mi padre era muy reacio a meter un animal en el piso en el que vivíamos en aquel entonces, y tras buscar todos los argumentos que pudo, esgrimió el que pensó que sería el definitivo:
-- Si queréis tener el gato en casa, eso equivaldrá a regalo de Navidad, así que no habrá nada más. ¿Queréis eso?
El había pensado que eso bastaría para disuadirnos. Mi hermana y yo nos miramos durante dos segundos y dijimos casi a coro:
-- ¡¡Vale!!
El había pensado que eso bastaría para disuadirnos. Mi hermana y yo nos miramos durante dos segundos y dijimos casi a coro:
-- ¡¡Vale!!
Así fue como la gatita negra que por aquel entonces contaba ya con casi dos meses, llegó a nuestra casa y a nuestras vidas. La llamamos Mesalina, aunque casi siempre la llamamos Salina, Sali, o incluso Mesa (pobrecita, sí).
El primer día que pasó en el piso nos dio un susto monumental. Llegada la noche, y después de haber cenado todos... ¡¡Mesalina se había perdido!!. La buscamos por todas partes: la cocina, el salón, los tres dormitorios, el cuarto de baño, el pequeño lavadero, debajo de las camas, detrás del cubo de la basura, bajo los muebles, en cada rincón... ¡¡Varias veces!!. Hasta llegamos a bajar a la calle por si hubiera salido al balcón sin darnos cuenta y hubiera caído a la calle.
En uno de los múltiples repasos que hacíamos a la casa, cada vez más asustados, miré en el cuarto de baño una vez más. Encendí la luz. Miré a todos los lados, me volví, y salí apagando la luz tras de mi. Entonces me detuve.... Me había parecido ver algo, pero no estaba seguro. Encendí la luz de nuevo y miré más a fondo.
En uno de los múltiples repasos que hacíamos a la casa, cada vez más asustados, miré en el cuarto de baño una vez más. Encendí la luz. Miré a todos los lados, me volví, y salí apagando la luz tras de mi. Entonces me detuve.... Me había parecido ver algo, pero no estaba seguro. Encendí la luz de nuevo y miré más a fondo.
Pues sí, no me había confundido. A los zapatos negros de mi padre le habían salido dos ojitos curiosos que me miraban fijamente. Mesalina, que era negra como el tizón, y pequeñita, dada su juventud, se había metido dentro de uno de los zapatos negros de mi padre, hacíendose casi invisible, y nos había visto deambular por la casa durante más de media hora. Supongo que se lo pasó pipa, pero lo que es nosotros...
Mesalina pasó con nosotros poco más de diez años. Desgraciadamente, acabaron saliéndole unos tumores en la barriguita, y aunque el primero lo operamos, reaccionó fatal a la anestesia, y poco después se le multiplicaron mucho. Finalmente la enfermedad la venció.
La echo mucho de menos, porque fue la primera gata que compartió mi vida. Le encantaba ponerse encima de mí en invierno. Se subía a mis piernas y me miraba con atención hasta que levantaba mi jersey y se metía dentro, sobre mi vientre, donde podía estar calentita todo el tiempo que quería
La echo mucho de menos, porque fue la primera gata que compartió mi vida. Le encantaba ponerse encima de mí en invierno. Se subía a mis piernas y me miraba con atención hasta que levantaba mi jersey y se metía dentro, sobre mi vientre, donde podía estar calentita todo el tiempo que quería
No hay comentarios:
Publicar un comentario